martes, 28 de mayo de 2013

¿Se enseña lo que los alumnos necesitan?

Hace unos días un amigo fotógrafo, Alfonso Sampedro, me mostró esta foto que había sacado en Senegal y la primera pregunta que me vino a la cabeza fue ¿a quien está enseñando qué, esa mujer?

Llevo muchos años trabajando bajo el criterio de las Competencias y he hecho de la motivación humana el “leit motiv” del compromiso y la excelencia en el puesto de trabajo. Me refiero a la motivación básica, la que nos enseña McClelland en Estudio de la Motivación Humana (logro, afiliación, poder).
El talento lo dejamos a un lado (o al menos yo tengo esa percepción) pese a que se nos llena la boca hablando de ello y de la importancia que tiene para las empresas. Y es que no lo entendemos bien (o al menos yo no lo he empezado a entender hasta hace poco).

¿Qué es el talento? Para José Antonio Marina es “la inteligencia triunfante”. Es esa cualidad que todos tenemos que nos hace diferentes a los demás, con la que disfrutamos, con la que hacemos especialmente bien algunas cosas, que nos atrae y nos divierte y con la que podemos pasar horas sin sentir que transcurre el tiempo. Ahora que sabemos que tenemos tres partes bien diferencias en nuestro cerebro: la reptil, que regula nuestro cuerpo, es el cerebro somático; el límbico, que regula las emociones; y el neocortex, o cerebro creativo o racional,  sabemos que el talento puede estar el cualquiera de esas partes.
Siempre me ha hecho gracia oír expresiones como “es un boxeador muy inteligente” pues no relacionaba la inteligencia con la capacidad para pegar puñetazos. Pero si por eso entendemos que es una persona con gran capacidad corporal, ágil, fuerte, de reflejos rápidos y resistencia contrastada, capaz de regularse, que coordina sus movimientos y se anticipa al contrario, no dudemos que realmente es un tipo de inteligencia. Como es inteligente aquella persona que se relaciona de una forma pausada, sin hacer daño a los demás, que se preocupa por mantener un espacio grato y confortable a aquellos que le rodean y que transmite emociones positivas. Tanto como aquella otra capaz de investigar sobre organismos complejos, desarrollar teorías de gran calado argumental o identificar con facilidad la solución a problemas complejos.

Nada de esto lo aprendemos en la enseñanza reglada. Algunas personas o empresas acuden a un coach para aprenderlo.
Y si la motivación y el talento son la base del éxito de las personas ¿por qué hacemos planes de formación en base a necesidades sociales, necesidades de las empresas o de las instituciones, desde los despachos de quienes no van a tener que pasar por esos planes de formación?

¿Y si elaborásemos planes de formación en los que se fomentase la motivación y el talento del alumno para que decida qué es lo que quiere ser de mayor?

jueves, 16 de mayo de 2013

¿Por qué ser feliz cuando se puede ser normal?

Con esta frase (que es el título de un libro de Jeanette Winterson) queremos poner de relieve la contradicción a la que nos lleva la actual presión social por conseguir un cuerpo escultural, tener éxito en el trabajo o alcanzar la felicidad. Cuando el éxito y la felicidad no es otra cosa que la aceptación de uno mismo, conseguir el equilibrio interior y disfrutar de las cosas que nos hacen disfrutar: “Yo sólo quiero ser yo mismo”

Ser uno mismo parece que debería ser una tarea fácil, sin embargo no lo es. La mayoría de las personas nos hemos visto abocados a conducir nuestras vidas por derroteros que no son los que hubiésemos deseado: “no podía defraudar a mis padres”, “tenía la responsabilidad de mis hijos”, “se ganaba más dinero haciendo aquello otro” y un largo etcétera que nos ha conducido por un camino condicionado por la presión social, familiar, o por la propia exigencia personal de no defraudar a otros. Finalmente justificamos esas decisiones tratando de convencernos a nosotros mismos de que lo que hicimos fue lo mejor que podíamos haber hecho y que no había muchas más alternativas.

Un aluvión de publicaciones nos ofrecen técnicas de autoayuda para que aprendamos a tener éxito. Leo en un post “Los 8 hábitos más comunes de la gente triunfadora” que invita a marcarse metas ambiciosas, saber venderse, trabajar más que los demás, no temer los errores, y otras cosas parecidas. ¿Y qué pasa si no soy ambicioso, o disfruto con lo que hago sin importarme mucho el “éxito” que eso me reporte, o si no tengo habilidad ni interés para venderme?

Si optamos por seguir ese tipo de recomendaciones el resultado será una vida insatisfecha.

¿Tiene solución? Sí, pero es necesario cumplir  tres requisitos: 

1º. Autoaceptación. Yo soy quien soy, con mis defectos y mis virtudes, con mi humor y mis momentos de enfado. El pasado es irreparable, nos sirve de aprendizaje pero no se puede cambiar, lo que ocurrió de una manera determinada ya no es alterable. Entender esto es importante para encarar el futuro con optimismo y esperanza.

2º. Control emocional. Me comporto como deseo hacerlo, sin dejarme arrastrar por reacciones impulsivas que luego lamento, por el rencor o la culpa que condicionan lo que hago y me apartan de hacer lo que realmente me satisface.
3º. Hacer lo que me gusta. Aquello que sé hacer, que hago bien y con lo que disfruto. Todos tenemos algún talento, alguna cualidad que cuando la ejercemos sentimos que el tiempo no pasa, que nos envuelve y nos embriaga generando un estado especial de bienestar y de satisfacción.
Conocerse y aceptarse, para comportarse con franqueza ante nosotros mismos haciendo aquello que nos gusta y con lo que disfrutamos, es ser uno mismo y estar en un estado de calma que nos permita disfrutar de cada instante de nuestra vida. Esto es el éxito; esto es la felicidad: ser normal, ser quien tú eres.

Para conseguirlo se necesita decisión y es mucho más fácil si contamos con alguna ayuda externa para apoyarnos en los momentos más delicados: este es el objetivo de este blog.