Pasarón varios años y las
sardinas fueron de mano en mano. Cuando la situación se empezó a normalizar, y
ya no era tan difícil encontrar diferentes productos en el mercado oficial,
alguien abrió una de aquellas latas y se encontró con peces rotos, aceite
rancio y un sabor insoportable, de forma que fue a devolver el producto a quien
se lo había vendido. Así, la cadena de reclamaciones fue en sentido contrario
hasta llegar a nuestro conservero quien, cuando recibió la queja de que sus
sardinas no se podían comer, dijo: “Es que las sardinas no eran para comer,
eran para negociar”.
Si recapacitamos sobre este
disparate veremos que no lo es tanto si le ponemos un poco de sorna a su
interpretación. El conservero era un negociante. La venta de las sardinas le
aportó un dinero que le permitio abordar otros proyectos y poner más productos
en el mercado (quizás de calidad aceptable), quien se las comprase obtuvo unos
beneficios que, a su vez, le permitiría emprender otros negocios o llevar unos
garbanzos a casa. Durante años las sardinas estuvieron dando vueltas aportando
valor a quien las poseía. Las sardinas les vinieron bien a todo el mundo hasta
que a alguien se le ocurrió probarlas. El enlatamiento y venta de aquellas
sardinas “fue un acto social” en un estado que sufría las penurias de una
postguerra.
La misma “honestidad y espíritu
altruista” de nuestro conservero es la que acompaña a Calatrava: ¡qué edificios
tan bonitos! ¡qué puentes tan elegantes!. Calatrava diseña para la belleza,
para que los organismos y las organizaciones pongan su dinero en circulación,
para generar benefico a las constructoras, a los transportistas, para dar
empleo a los albañiles y a mil oficios que se ven obligados a intervenir en las
construcciones que proyecta. Si luego alguien quiere hacer un uso práctico de
ellas es cosa suya: no están pensadas con ese fin.
Calatrava no engaña a nadie.
Parece ser que cuando se hizo la hermosa estación del Metro de Valencia que él
diseñó, algún ingeniero preguntó que dónde estaba la catenaria, a lo que
nuestro personaje respondió que no la había puesto porque afeaba el resultado.
No ocurre lo mismo con los
Gurtel, Urdangarines o Bárcenas, que parece que todo lo querían para ellos, sin
ningún objetivo social, sólo para enriquecerse ellos. Aunque este será tema
para otro post.