jueves, 16 de octubre de 2014

Il dolce far niente.

Como me dedico a los recursos humanos toda mi actividad rueda alrededor de metas, objetivos, competencias, eficacia, productividad …
Me permito recomendar a la gente que haga aquello que le gusta y para lo que se siente preparado y cito como referencia a Confucio quien dijo “encuentra un trabajo que te guste y habrás dejado de trabajar el resto de tu vida”.
Afirmo que las personas que hacen aquello que les gusta, que buscan retos que les permitan demostrar su habilidad e ir mejorando, entran en estado de flujo, realizando con facilidad la tarea en la que se empeñan y disfrutando de ella sin sentir el paso del tiempo.
Recomiendo a las empresas que establezcan relaciones permisivas donde se potencie la creatividad, se toleren los errores y se fomente la iniciativa, a fin de tener plantillas más productivas.
Escucho con interés a algunos coaches que hablan del propósito de vida como algo necesario para encontrar la felicidad y dar sentido a nuestra vida. Incluso he diseñado algunas actividades para cursos de formación basadas en las experiencias que nos cuenta Viktor Frankl en “El Hombre en Busca de Sentido”.
Leo con curiosidad todo aquello que cae en mi mano sobre la “marca personal”. Curiosidad creada por la contradicción que me produce la necesidad de obtener un rendimiento tangible en todo lo que hacemos y el rechazo que siento de convertir a la persona en un objeto mercantil.
Y este rechazo a convertir a las personas en un objeto mercantil, de convertirme en un objeto mercantil, me está llevando a recuperar una actividad que había perdido desde que dejé la adolescencia: “il dolce far niente”. Cuando tenía 14, 18 años era capaz de estar tumbado en la hierba, de sentarme en una butaca, sin pensar en nada, sin recordar nada, sin centrarme en nada que no fuese el mismo hecho de estar tumbado sobre la hierba o sentado en una butaca.
Había perdido esa habilidad (pues se trata de una habilidad) y estoy recuperando el placer de no hacer nada. No ha sido fácil, pues al principio se tiene la sensación de estar perdiendo el tiempo, pero cuando te das cuenta de que el valor de lo que haces lo pones tú y de que lo que realmente te apetece en ese momento es hacer nada, empiezas a disfrutar de esa actividad (o falta de actividad).
Ahora empiezo a recomendarlo: practica il dolce far niente.