viernes, 30 de enero de 2015

Vendedores que no quieren vender.


Para vender es necesario tener empatía con el cliente, saber lo que quiere y entusiasmarse con su compra.
Varias veces he oído a jóvenes comerciales decir que ellos tienen que creer en lo que venden, porque no se sienten capaces de engañar a la gente si ellos mismos no están convencidos de su producto. Cuando oigo ese tipo de comentario apunto que lo que tienen que hacer es que el comprador crea en el producto, no ellos. La gente compra de todo, compramos de todo: objetos de marca, objetos falsificados, crecepelo con placenta, pelo natural postizo, perfumes que llevan caca de gato, coches que van a una velocidad a la cual no se pude circular, lámparas rotas o cajas de galletas oxidadas que compramos como objetos “vintage”. Da igual que al comercial le guste o no lo que vende, de hecho el producto tendría que ser algo indiferente para un buen comercial, lo que tiene que hacer es que a quien manifiesta deseo de poseer “eso” se le entusiasme para que lo compre.
Esto tiene que ver con el lenguaje que se utiliza y con la capacidad para crear una buena relación con el cliente. Estos días de compras azarosas he oído a vendedores frases como éstas:
-       A una señora en un centro de belleza: “Tengo una crema ideal para usted, como tiene la cara tan velluda”
-       En una zapatería a la que entra un  joven preguntado por unas zapatillas que había visto en el escaparate: “¿Unas que eran horrorosas?, sí, sí, las tenemos en el almacén porque las hemos quitado del escaparate”
-       A una chica que se probaba unos pantalones vaqueros y decía que le hacían arrugas en el trasero: “Es que con el tipo que tiene ¿qué quiere?”
-       A una pareja con aspecto peculiar que pregunta si tienen camisetas: “¿Para gente como vosotros?, aquí no vais a encontrar nada”.
Y es que hay vendedores que no quieren vender.

Si tienes alguna anécdota parecida compártela y ayúdanos a hacer un recopilatorio de situaciones provocadas por vendedores que no quieren vender.

jueves, 15 de enero de 2015

LA VIDA COMO UN JUEGO

Esto de tener hijos te cambia la vida, pero no tanto por el hecho de no poder salir por las noches o no poder viajar, sino porque los niños te replantean toda tu escala de valores, tus hábitos y tus costumbres.
Ya sabemos que a cierta edad empiezan con el típico “¿por qué, y por qué, y por qué?” pero cuando se hacen un poco mayores y empiezan a preguntarte “¿para qué?”, ese para qué es mortal.
Añadido a esto, en mi caso particular, he tenido la suerte de crear a un ser completamente diferente a mi. Es una personita muy, pero que muy kinestésica, por lo que ve la vida con otro prisma, completamente distinto al mío. Esto hace que no solo me pregunte para qué hago esto o para qué hago lo otro, si no que su manera de hacer las cosas me desconcierta a pesar de que podamos llegar al mismo resultado.
Así que, desde hace unos meses, bueno, desde que la cantidad de deberes que le mandan hace más difícil nuestra relación, me estoy planteando:
-          Por qué tengo que “obligarla” a hacer las cosas como a mi me enseñaron, que es: sentada, recta y concentrada, sin levantarse de la silla hasta que haya terminado la tarea;
-          Y para qué le sirve hacer las cosas de esa manera, si lo único que nos genera es conflicto y al final no termina los ejercicios.
Solicité ayuda a sus profesoras a ver si ellas me podían orientar sobre cómo afrontar los deberes de otro modo, pero no encontré más solución que la que me inculcaron a mi: “la niña tiene que aprender a ser responsable, dejar de jugar y centrarse en la tarea”. Pero no me convencieron, así que lo comenté con mi familia y me sorprendieron sus respuestas:
-          Uno me dijo: “yo no he realizado ningún trabajo, ni aun siendo de responsabilidad, que no me lo tomara como un juego”;
-          Otra me dijo: “Como dice Mary Poppins: todo trabajo tiene algo divertido, y si encuentras ese algo se convierte en un juego”.
Empecé a aplicar esto y funciona increíblemente bien. La relación con mi hija ha mejorado mucho y además nos lo pasamos bien. Ha sido tanto el cambio que cuando voy a buscarla al colegio sale diciendo “Tengo deberes, ¡bien!”.
Mi aprendizaje de todo esto, y que es lo que quiero compartir con vosotros, es que: en la sociedad actual nos han convencido de que el bienestar o la felicidad consiste en tener, sin embargo, lo que a mi me ha enseñado mi hija es que el bienestar y la felicidad consiste en divertirse.

Si todos aprendiésemos a jugar con las circunstancias que estamos viviendo, todo nos resultaría más divertido, liviano y el resultado final podría ser incluso mejor.